sábado, 12 de abril de 2008

LA MUERTE A MANOS DE UN VAMPIRO

- Dicen que el proceso es doloroso.
- Sí, y lento en la mayoría de los casos.
- Cállense, carajo. Es deprimente.
Se quedan fijos. Como si no supieran si su inmovilidad es porque no quieren moverse o porque no pueden. La única sensación a la que le dedican una vaga atención de cuando en cuando, es al extraño frío que se siente en el centro de detención en donde están recluidos. El ventanal a prueba de fugas que los separa del mundo exterior, las luces de neón que iluminan el lugar de ese modo impersonal, artificial, hostil, y el continuo ir y venir de ellos, los otros. Mayoritariamente, los que administran el lugar, pero de cuando en cuando, los que llegan buscando una víctima. Y por eso saben que están en la antesala de la muerte. Su muerte.
- ¿Jamás hubo algún sobreviviente?
- Según se rumora en los pisos de abajo, es posible sobrevivir. Varias veces, inclusive. Pero me han contado que lo único que se logra con eso es repetir y repetir hasta el infinito el dolor.
- Así que sobrevivir es peor.
- Parece.
- De todos modos, quisiera intentarlo. Una vez, y entonces poder decidir si vale la pena o no.
- ¿Para qué? Sobrevivir no parece ser opcional. También escuché que ni siquiera piden tu opinión. Primero vacían tus entrañas criminalmente. Luego te mandan a alguna especie de laboratorio para que revivas. En el intermedio, tienen que hacerte un lavado para desintoxicarte. ¿Qué duele más? Quienes han conocido a los del piso inferior dicen que no hay una opinión homogénea. Algunos piensan que desangrarte es lo peor. Otros que la desintoxicación. Los menos, que cuando te reviven. Pero todo duele.
- Vaya, vaya. Informado, nos resultó el señor.
- ¿Qué más hacer? Desde que llegas a este maldito lugar sabes que tu destino es la muerte. Si intentas evadirte, de todas maneras te van a acabar. Así que mejor saber a qué se atiene uno, y si logras desarrollar el suficiente temple, tal vez puedas perderlo todo, menos el honor.
- Bueno, no lo pierdes todo. Según dicen.
- Ya sé. Generalmente sólo pierdes la cabeza.
- También tus entrañas que, precisamente, salen por la cabeza.
- ¿Salen? Que optimistas. No salen. Las sacan.
Siguen mirando. Detrás del cristal que no pueden traspasar, que no pueden abrir o cerrar, que los aprisiona y los frena, ven como van y vienen aquellos que ni siquiera importa quiénes son. Son los otros, los asesinos, los verdugos, los ansiosos por acabar con la esencia de su existencia.
- Dicen que sólo acaban con eso que podríamos llamar… la esencia.
- Cierto. Al cuerpo no le hacen nada.
- Vampirismo. Ni más ni menos.
- Revientan tu cabeza, luego absorben todo lo que puedan de ti.
- ¿La cabeza o el cuello?
- La cabeza, me parece.
- Aunque los de arriba dicen que te practican una trepanación.
- ¿Una qué?
- Joder, te hacen un hoyo en la cabeza. Y por ahí te extraen todo.
- Vampirismo. Ni menos ni más.
- Fuimos hechos para ser víctimas del vampirismo. Qué heroico.
- Qué sarcástico. No me parece heroico en lo más mínimo.
- Obvio que no. Nadie ha tenido las agallas para rebelarse.
- Supe de uno que logró brincar antes de que lo capturaran.
- ¿Brincar? ¿Hacia donde?
- Idiota. Si estás diciendo que los del piso de abajo dicen cosas, es porque hay un piso de abajo. Y ya te dije lo que dicen otros del piso de arriba. Así que hay un abajo y un arriba. Y eso te da la posibilidad de brincar.
- ¿Y qué le pasó?
- Reventó. Dicen que la caída fue lo suficientemente alta como para quedar hecho mierda en el piso.
- ¿Qué será peor?
- Yo preferiría morir así. No dejar que todos los líquidos vitales que me hacen un ser vivo sean chupados por un idiota vampiro gordo...
- ¿Por qué gordo?
- No me interrumpas, torpe. ¿No te has fijado que la mayoría de los malditos vampiros que nos atacan son gordos? Algunos están hechos unos verdaderos cerdos.
- Ya deja eso, carajo. Sigue con lo que estabas diciendo.
- Decía: me parece más digno quedar desparramado en el piso que ser víctima de un parásito.
- Pero también dicen que uno de nosotros intentó suicidarse. Y dicen que también fue brincando.
- ¿Y murió reventado?
- No. Dicen que cayó de cabeza, empezó a convulsionarse, y lo que lo mató fue un brutal vómito. Se desangró o algo así. Vinieron a recogerlo y lo llevaron directamente al depósito de cadáveres. Los muy malditos ni siquiera se tomaron la molestia de limpiarlo. Sólo se limpiaron sus puercas manos manchadas de sangre.
- Allá atrás hay un traumado que casi no habla. Dice que él vio morir a alguien así.
- ¿Otro suicida?
- No. Un accidentado. Parece que en automóvil.
- ¿Cómo?
- No sabe. No se dio cuenta. Un movimiento brusco, una pérdida de control, un golpe que no se espera nadie. Y de repente uno se convulsionó, se retorció, empezó el vómito, y todas sus vísceras, o por lo menos una buena parte, quedaron regadas por todos lados. Dice que todos quedaron manchados. Todos los que venían en el transporte, no hubo ninguno que saliera limpio de allí. Y luego los metieron acá. Cuando llegaban los vampiros por alguno, hacían una expresión de repugnancia. Parece que la sangre sólo les gusta cuando es extraída directamente del cuerpo, fresca y viva. Si te encuentran manchado, con costras, te someten a un brutal proceso de baño, sin ninguna delicadeza, sin ningún respeto, sin ningún honor. Y hasta que te sienten limpio, acaban contigo. Bueno, eso dice ese de hasta atrás.
- ¿Es el huraño ese que dicen que lleva aquí más tiempo que cualquier otro?
- Exacto. ¿No te has fijado en su hedor?
- Digo, huele raro, pero...
- Es un hedor insoportable. Huele a vísceras, a muerto. Ya estaba aquí cuando nos trajeron a los demás, y ningún vampiro lo ha escogido. Lo han tomado, pero inmediatamente se alejan de él y escogen a otro.
- Así que la peste de la muerte impregnada en tu cuerpo es la única forma probable de sobrevivir.

De pronto callan. Una silueta del otro lado del cristal empieza a acercarse. No es gordo, pero al caso da igual. Viene hacia ellos, con paso decidido. El enorme ventanal transparente se abre, y todos se quedan quietos, aterrorizados. El vampiro extiende una mano y empieza a palpar los cuerpos. Los siente, los acaricia, los reconoce. Luego se retira, balbucea algo incomprensible mientras el ventanal se vuelve a cerrar, y desaparece por la lejana puerta que apenas se ve.
- Joder. Lo único que faltaba. Que lo más próximo a la muerte tenga una connotación erótica. De eso si que no me habían hablado.
- Cierto. Casi me atrevería a decir que fue placentero.
- ¿A ti que tanto te tocó?
- Todo. Bueno, la cabeza no. Pero el frente, la espalda, el trasero, carajo, me agarró todo el cabrón.
- Interesante. Y, pregunto, ¿no será una especie de orgasmo el momento de morir? A fin de cuentas, es una especie de expulsión de líquidos.
- La expulsión de los “líquidos” que te dan la vida no me parece un orgasmo. Me parece un puto crimen.
- Y duele.
- ¿Y acaso el orgasmo no es dolor en cierto modo? Recuerden como empezó nuestra existencia. Quienes nos engendraron expulsaron sus líquidos vitales. Y es bien sabido que en un momento como ese cualquiera hace un ruido bárbaro. Momentos después, eternos para nosotros, insignificantes en el universo, estábamos aquí. Bueno, en el hogar original, de donde fuimos secuestrados y separados para venir a dar a este maldito lugar donde los vampiros trafican con nosotros.
- Qué poético. Quienes nos engendraron expulsaron sus líquidos vitales. Mamón. Eres un maldito charlatán mamón, debería...
- ¿Cómo sabes que hicieron ruido? Se sabe que algunos amantes hacen todo en silencio.
- ¡Mierda! ¿Qué se yo? ¿Quien sabe algo cierto sobre el nacimiento o sobre la muerte? Nos dijeron, nos contaron, nos platicaron. Nuestra miserable información no pasa de allí. Nadie recuerda el momento en que fue engendrado. Nadie recuerda si acaso el cuerpo fue primero, y luego el espíritu fue insuflado allí. Lo único que sabemos es que, en el momento en que despertó nuestra conciencia —y ni siquiera fue un momento, sino un proceso— nos rodeaba un ambiente familiar y que recordamos como perfecto. Rodeados de seres queridos, desconociendo lo que significaba salir a la brutalidad del mundo. Sin saber que a fin de cuentas sólo somos alimento para una horda de bestias inmisericordes. Dicen que desangrarnos y vaciarnos los hace felices. Dicen que la mayoría son gordos. Dicen que, dicen que, dicen que. Y nadie sabe nada, salvo que estamos aquí frente a este estúpido ventanal, esperando que venga alguien a matarnos. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué importa? ¿Quien lo recuerda? ¿Quien entiende el por qué? Un día llegaron a casa, nos sacaron, nos formaron, nos integraron en grupos ordenados y nos subieron en un maldito camión o tren o yo qué sé, y nos fueron repartiendo en las diferentes estaciones de encarcelamiento, campos de concentración, antesalas de la muerte o como quieran llamarle. Lo único que nos permite ver este estúpido ventanal es que los vampiros van y vienen, llevándose a cualquiera de los que estamos aquí apresados. No importa nuestro color, nuestra estatura, nuestro peso. Cualquier día nos llega la hora y uno de esos parásitos nos toma. A veces nos lleva, a veces nos aniquila aquí mismo. En nuestra breve estancia en este maldito lugar ¿cuantos cadáveres no hemos visto caer al piso? Y los que surten a los vampiros sólo toman el cuerpo inerte, y sin ningún respeto o consideración se deshacen de él. Y luego llegan capataces y capataces, trayendo tantas futuras víctimas, que vienen con la mirada desconcertada, la expresión de pánico. Y uno con ganas de ir y decirles lo único que se puede decir: que no sabemos como llegamos a este mundo, y tampoco como nos vamos a ir de él. Sólo sabemos que si estamos aquí, es porque estamos a punto de morir.

Todos callan. No nada más los que estaban discutiendo al principio. La elocuencia del discurso ha dejado impactados a todos los que están bajo detención. Por un momento el frío propio del lugar parece sentirse de un modo más intenso, más hiriente, más letal.
- Lo que nos faltaba. Un filósofo existencialista. Eres un maldito mamón y...
- ¡Cállate, tarado!
- ¡Sí, cállate, cállate!
Todos gritan. Todos se agreden. Todos sufren. Hasta que alguien dice eso que nadie quiere oír. Eso que provoca pánico.
- Silencio. Viene uno.
Todos callan y voltean. Apenas les da tiempo. El ventanal se retira otra vez de ese modo que nadie termina de explicar como funciona, y el vampiro —tampoco es gordo— empieza el rito erótico de toquetear, sentir, palpar. Hace una expresión de autocomplacencia, y sujeta firmemente al más próximo al filósofo. La víctima ni siquiera logra oponerse. Sólo voltea tristemente, y con una mirada que parece perderse en la nada se despide de sus compañeros.
- Miren bien el rostro de ese vampiro. El rostro de la muerte será muy semejante cuando llegue el turno de cada uno de nosotros. Mírenlo bien como suda, como se ve ansioso por cometer el crimen. Por mantenerse vivo a costa de nuestra vida.
Todos ven en silencio. Como gesto extra de sadismo, el vampiro no se retira, y todos sus movimientos indican que va a acabar con su víctima en ese mismo lugar, delante de todos los incrédulos observadores que simplemente están enterándose un poco de cómo va a ser, eventualmente, su fin.
Una mano del vampiro se coloca estratégicamente en los hombros del condenado a muerte, mientras la otra toma firmemente la cabeza. Luego un movimiento rápido y certero. Estrangulamiento. Ni trepanación ni perforación. Le revienta el cuello. La cabeza cuelga flácida de un cuerpo al que todavía le queda un poco de vida que está a punto de irse. El vampiro acerca su boca a una enorme abertura que se ha hecho en la zona del cuello, y sin dejar que caiga una sola gota, empieza a absorber todo lo que alguna vez llenó de vida a alguien que ya ni siquiera parece lo que fue, que sólo es un cuerpo en sus estertores finales, y que ahora sólo sirve para satisfacer la criminal sed de un asesino.
Apenas unos segundos y todo termina. El vampiro levanta el cuerpo flácido e inerte de su víctima, y le dedica una sonrisa sádica y triunfal. Luego observa al resto de los detenidos detrás del ventanal con una expresión entre burlona e indiferente, da media vuelta, y con su descomunal fuerza lanza el cadáver a un lugar desde el cual se perciben otros cuerpos sin vida. De espaldas a todos los condenados a muerte, se va.
- Parece que es rápido.
- Pero algunos dicen que también puede ser lento.
El existencialista toma la palabra. Todos callan otra vez. Hay que escucharlo bien.
- Agradézcanle a Dios una cosa: no se nos concede recordar cómo llegamos al mundo, ni entender por qué llegamos al centro de detención. Pero se nos ha concedido ver como será el final. Detalles más, detalles menos. Pero básicamente sabemos de qué se trata.
- ¿De qué se trata qué?
- La muerte. La muerte a manos de un vampiro.

Sabina miró a Maurice. Estaba sorprendida.
- ¡Oye! Tenías calor.
- Todo el calor del mundo.
- Te lo acabaste de un trago.
- Ajah. Lo extraño fue que...
- ¿Qué?
- Casi puedo jurar que cuando saqué la Coca del refrigerador, los demás refrescos me veían con caras tristes. Como si tuvieran miedo.
- Estás loco.
- Te lo juro. Esos refrescos tenían miedo.